martes, 5 de octubre de 2010

Klauss Salcedo, un extraterrestre en La Picota


Mendoza fue tutor literario de Salcedo en La Picota.
Foto: Milton Díaz

novelista Mario Mendoza relata la historia de Salcedo, a quien asesoró en sus escritos.

Los viajes cósmicos, la jardinería, el travestismo, el tarot o la literatura eran para Klauss Salcedo estrategias de libertad, formas de resistencia civil.

Klauss Salcedo publicó su historia en el 2007 en este diario. El proyecto se llamaba La Ciudad Jamás Contada. Yo lo acompañé a escribirla. Fui una especie de tutor, de guía. Sin embargo, la crónica que no se publicó fue la mía, mi aprendizaje junto a un individuo tan asombroso como él.

Cuando leí varios de los relatos que habían sido enviados desde distintas cárceles de la ciudad, me sorprendí con unos fragmentos escritos a mano, en una caligrafía cuidadosa, por un recluso de La Picota de Bogotá. Habían sido elaborados en las horas de la noche, a la tenue luz de una linterna, en un rincón de la celda, mientras los demás reclusos dormían. El hombre se llamaba Klauss Salcedo y su tono me impactó, me conmovió.

Klauss afirmaba ser el jardinero de la penitenciaría, escribía novelas de ciencia ficción en unos cuadernos viejos de colegio, era el único gay declarado en los patios, había prestado servicio militar y se enorgullecía de su buena puntería, era estilista profesional graduado en una academia de belleza del sur de la ciudad, tenía fama de ser un lector temible de cartas del tarot, y, como si esto fuera poco, había sido abducido por naves extraterrestres y conducido a través del espacio interestelar hasta otros mundos aún desconocidos por nosotros.

Nuestro primer encuentro fue amistoso e impregnado por una camaradería inusual. Klauss se mostró simpático, hablador, con buen humor, muy entusiasmado con la idea de escribir su historia bajo mi supervisión y de publicarla en las páginas de EL TIEMPO.
Me enteré de que había sido condenado por el crimen de un familiar desaparecido cuyo cadáver no se encontró nunca. Klauss se había cortado el cabello a ras y ese estilo militar contrastaba con sus gestos amanerados y sutiles, con su voz femenina y gentil, y con una sonrisa infantil que le iluminaba el rostro entero.

Empezamos a trabajar una semana después. Lo primero que me impresionó fue la relación de Klauss con su jardín. En el centro del patio de entrada de la prisión, con gran esfuerzo, a punta de azadón y de cuidados elementales como desyerbar y regar todos los días, este prisionero había logrado sostener con vida algunas plantas cuyas flores decoraban un lugar tan sombrío como La Picota. Los paramilitares salían al patio y, en un gesto de homofobia declarada, solían orinarse en las plantas. Lo mismo hacían los guerrilleros, en una demostración de desprecio por ese recluso afeminado que seguía defendiendo sus flores.

En secreto, esos mismos hombres que posaban de tales habían intentado violar a Klauss en los baños varias veces. Él no se dejaba intimidar: con unas regaderas plásticas continuaba transportando agua hasta su jardín, les hablaba a las plantas, les quitaba la maleza, les cantaba en voz baja.

Entendí enseguida que esas flores eran más que eso, eran el símbolo de una lucha, de un batalla que ese hombre libraba solo y en silencio.

Un día le pregunté por sus viajes interplanetarios. Me contó que había sido secuestrado por un platillo volador y conducido a un mundo que funciona en el planeta Marte, en unos subterráneos bien protegidos. Allí lo habían estudiado estos seres avanzados que después le hicieron una cirugía para ponerle un implante en su cerebro.

Gracias a ese dispositivo, que estaba conectado a sus ojos, ellos podían monitorear todo lo que Klauss observaba diariamente. El objetivo principal era analizar la injusticia humana, la capacidad de los hombres para masacrar a otros hombres y causarles dolor.

Klauss era el vehículo por medio del cual esos seres que habitan en el corazón de Marte podían vigilar de cerca la crueldad de nuestra especie. Le pregunté entonces si ya en los laboratorios marcianos sabían de mi existencia y del texto que estábamos escribiendo.

-Claro que sí -me respondió él con seriedad y mirándome a los ojos-. Si quiere, salude.

Saludé, en efecto, y esa mañana, desde una cárcel perdida en el sur de la ciudad, envié mi primer mensaje cósmico, mis primeras palabras verdaderamente universales. Lamenté que Ray Bradbury, el gran escritor norteamericano de ciencia ficción, no estuviera allí para registrar el hecho.

Supe después que cuando Klauss era llevado a una celda de castigo o aislado por algún motivo, se sentaba en posición de meditación y, gracias al implante cerebral, entraba en contacto con su gente, con ese otro mundo al que tarde o temprano regresaría para nunca más volver.

Klauss escribía novelas de ciencia ficción en cuadernos viejos. Aprovechaba sus viajes interplanetarios como material literario.

También le gustaba, en breves fragmentos, narrar momentos reveladores de su vida, que no podía olvidar desde su ahora vida carcelaria. Eran párrafos de una sinceridad estremecedora, una escritura que apelaba a los hechos de manera directa y con una ingenuidad casi infantil. Eso los convertía en confesiones de una pureza que dolía.

Un día, gracias a un permiso que le habían dado para ingresar unos vestidos, Klauss se cambió de ropa varias veces para encarnar a algunas de sus personalidades. Travestido, con minifalda y tacones, y con una colombina en la boca, posó ante la cámara en medio de risas y chistes que se le iban ocurriendo. Fue también un brujo que leía las cartas, profesión que, en efecto, había desempeñado durante varios años para ganarse la vida y en la cual había alcanzado cierto prestigio. Mientras lo veía pasar de una personalidad a otra recordé esa magnífica frase de Don Quijote cuando un vecino lo reconoce y le dice que él no es más que el miserable granjero Alonso Quijano. Don Quijote, muy indignado, responde elevando la voz:

-Yo sé quién soy y quién puedo llegar a ser.

Una mañana, Klauss me dijo que quería leerme las cartas. Sabía por otros presos que en todos los patios le tenían miedo cuando leía el tarot porque era implacable y había acertado profetizando asuntos macabros. Klauss nunca lo supo porque nunca se lo dije, pero ese día me anunció uno de los sucesos más tristes que me han dicho en mi vida: me dijo que moriría en el extranjero, lejos de mi país y mi gente. Cuando salí de La Picota, recordé lo que el oráculo le dice a Ulises en La Odisea: morirás lejos del mar, en un país donde los hombres comen su pitanza sin sal. No hay nada que me haya causado a mí tanta tristeza. Espero de corazón que Klauss se equivoque y que mi destino sea menos injusto. Desde entonces, para mí viajar se convirtió en sinónimo de muerte.

Una tarde, en la biblioteca, me presentó a un profesor universitario que había llegado de una beca en Europa sin un peso y que había decidido robarse unos libros en un almacén de cadena. Lo habían agarrado y el tipo había terminado en La Picota. Me pareció un disparate. En una sociedad como la nuestra, que bordea el analfabetismo funcional (es decir, gente que sabe leer y escribir en teoría, pero que nunca compra un libro), un ladrón de libros debería ser castigado de otra manera: con trabajo comunitario, entusiasmando a otros a leer, contándoles por qué ese amor por los libros es tal que incluso lo llevó a convertirse en un delincuente.
Seguramente la gente, al escucharlo, entendería cuál es la magia de leer, la maravilla de ingresar en otras realidades a través de las palabras. Esa tarde hablamos de literatura Klauss, el ladrón de libros, otros presos que se fueron sumando y yo hasta que la guardia me anunció que ya tenía que salir. No recuerdo ningún otro lugar donde la gente lea con tanta intensidad. Quizás porque en esa situación se evidencia una de las características sublimes de la literatura: que quien lee nunca está preso.

Entonces comprendí que los viajes cósmicos, la jardinería, el travestismo, el tarot o la literatura eran para Klauss estrategias de libertad, formas de resistencia civil. Y el día que lo abracé para despedirme, como un escudero que se despide de un caballero andante, alcancé a decirle al oído: gracias por recordarme el poder de las palabras, la fuerza infinita y también peligrosa del lenguaje.

* Un novelista colombiano en 'Debes leer'

Mendoza, quien escribió este texto especialmente para 'Debes leer', es conocido por 'Satanás', Premio Biblioteca Breve Seix Barral (2002), llevada al cine por Andi Báiz. Pero su carrera cumple ya dos décadas. Sus libros son: 'La locura de nuestro tiempo' (2010), 'Buda Blues' (2009), 'Los hombres invisibles' (2007), 'Cobro de sangre' (2004), 'Una escalera al cielo' (2004), 'El viaje del Loco Tafur' (2003), 'Scorpio City' (1998), 'La travesía del vidente' (1995) y ' La ciudad de los umbrales' (1992).

Mario Mendoza*

FUENTE: http://www.eltiempo.com/colombia/bogota/klauss-salcedo-un-extraterrestre-en-la-picota_8073204-4